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miércoles, 13 de julio de 2011





Lo saben todos, que en caso de peligro
se salva sólo quien sabe volar muy bien,
pues excluyendo los pilotos, nubes, águilas, aviones
y a los ángeles, quedas tú.
y yo me pregunto, qué harás?

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ELLE ENCUENTRA/EDICIÓN ENERO 2011


Amores
sin juramentos


Es posible jurar fidelidad a otra persona y cumplir con la promesa? Lo es. ¿Puede tomarse ese hecho como una prueba de amor? No necesariamente. Quien promete ser fiel puede cumplir con su juramento por variadas razones: temor a ser descubierto, temor al castigo, obediencia a mandatos, creencias. Y también por amor.
La fidelidad es, en si, una conducta y no un sentimiento. Aun cuando esta conducta esté originada en un sentimiento. Quien promete ser fiel, por lo tanto, da su palabra de que actuará de una manera determinada. Y deberá hacerse responsable si no cumple.
Pero no promete amor.
¿Es posible jurar amor eterno a otra persona? Lo es. ¿Hay garantía de que será así? Ninguna. A diferencia de la fidelidad, el amor es un sentimiento. Los sentimientos no son programables, no nacen de la voluntad ni figuran en una programación instintiva. Si así fuera, estaríamos predeterminados y privados de autodeterminación (eso es el libre albedrío en definitiva). No tendríamos que hacernos cargo de nuestras conductas ni de sus consecuencias, no eligiríamos con quién relacionarnos, sólo nos vincularían a los otros nuestras necesidades primarias, nada trascenente. Pero los sentimientos son un componente de nuestra conciencia y la conciencia nos permite elevarnos desde las dimensiones fisiológica y psíquica hacía una dimensión humana que incluye lo emocional y lo espiritual. La conciencia nos permite actuar de un modo y no de otro a partir del momento en que registramos un sentimiento, detectar qué nos pide, hacía qué nos guía, así como elegir responsable y libremente el modo en que lo viviremos. Así es como la fidelidad puede ser, y suele ser, una consecuencia natural del amor. Dos personas cuyo amor encuentra día a día nuevas razones y se plasma en acciones son fieles la una a la otra como efecto de ese amor. No necesitan jurarse fidelidad (aunque nada les impide hacerlo), saben que su amor no se basa en ese juramento ni depende de él. Se nutre de cómo se escuchan, cómo se miran, cómo se hablan, cómo se sostienen el uno al otr, cómo crecen juntos e individualmente, cómo llevan adelante sus propósitos comunes. Hacen mucho por darle eternidad a su amor.
Los vínculos de amor real, de amor en acto (no de amor simplemente declarado o jurado), consumen una enorme dosis de energía. Y, al mismo tiempo, la proporcionan. Allí no suele haber fugas de energía amorosa. Está toda concentrada en la relación.
La infidelidad nunca empieza con un tercero. Comienza desde el interior de una pareja que ha ido debilitando o perdiendo sus razones amorosas, que han ido dejando de nutrirlas de hechos y actitudes, con comprmiso. El tercero no rompe lo que no hay. Muchas veces lo que hace es rasgar un velo, disipar una pantalla de humo.
Las patéticas, morbosas y rebuscadas historias de infidelidad (penoso y poco creativos diezmos que se ofrecen al dios rating) que inquietan a nuestra amiga Andrea son preocupantes porque se venden como historias de amor. Esa es su gran mentira. Hay un riesgo de que nuestros hijos crean que todo vínculo es sólo una especulación, una trampa, una transacción entre sujetos descartables, una mera cuestión de usos y traiciones. Pero el riesgo es mayor cuando son adultos los que consumen bulímicamente esas historias y cuando, escapando a toda responsabilidad, replican en sus propias vidas aquellos usos y costumbres. La infidelidad no es un argumento nuevo en ningún arte narrativo. No lo es en la literatura, en el cine, en el teatro. Y ha sido motivo para profundas indagaciones en el alma humana, ha dado obras clásicas y memorables. No aquellas que menciona Andrea. Si la infidelidad nos parece natural, quizás es por que se nos ha hecho "normal" usar y descartar al otro, basar nuestros vínculos en la mentira, manipular. La ausencia de sentido existencial como fenómeno social extendido puede verse también en las relaciones íntimas, ficcionales o reales.